Lunes. Nos cruzamos en las escaleras, hice mi gesto de saludo, una leve inclinación de cabeza, el irrespetuoso no hizo nada. ¿Qué le pasa a este hombre? Es mi vecino, vivimos en el mismo piso. Yo soy un tipo muy correcto, es por esto que no tolero la falta de respeto.
Martes, nuevamente en las escaleras, hoy llevo puesto un sombrero. Nos cruzamos y elevo mi sombrero, mi saludo. Una vez más sin respuesta. ¿Acaso no es un insulto su indiferencia? Me parece que hay que enseñarle, por suerte fui docente y de enseñar sí que se.
Miércoles, yo bajando, él subiendo. “Buenos días” le digo en voz alta. El maldito mal nacido no contesta. “¡Ah si, el señor no contesta! ¿A ver si vuela?” Y lo arrojo por sobre la baranda. Cinco pisos cayó, los voló muy bien pero no tuvo un buen aterrizaje.
Sin llegar a estos extremos, ¿nos pasa algo así en nuestras vidas? En este caso, el que relata, se crea para sí mismo una historia con lo que pasa, la historia de la falta de respeto, la del insulto, de la indiferencia, le pone toda una intencionalidad a lo que va sucediendo. Y luego todo esto se retroalimenta con su conversación interna, se hace más grande, entonces se indigna, juzga e imparte justicia por mano propia.
Pero miremos más detenidamente, los hechos solo muestran un hombre que no saluda, lo que no es lo mismo que falta de respeto o insulto, esto último es la interpretación del que relata. Pero él cree que su interpretación es la realidad. ¿Y si el vecino estaba distraído? ¿Si miraba sin ver, sin prestar atención? ¿Si estaba concentrado en algún tema que le preocupaba? ¿Si era ciego y sordo? ¿Si era muy tímido?
Todos interpretamos, es inevitable, la diferencia la puede hacer el ser conscientes de nuestras interpretaciones, distinguiendo que no son la realidad. Y que si son nuestras podemos ver si nos sirven o no, y podemos cambiarlas.
Entonces, te pregunto: ¿en tu vivir diario distinguís cuáles son tus interpretaciones? ¿Para qué te están sirviendo?
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Un abrazo buenos vuelos y cielos azules.